Del crecimiento sincronizado a la ¿desaceleración asimétrica?

En apenas un año el panorama de la economía mundial ha pasado de las luces a las sombras. Eso es lo que va desde el inicio de un 2018 que comenzó rutilante con un vigoroso crecimiento simultáneo en los principales bloques económicos, Estados Unidos, Europa y China fundamentalmente, a un arranque de 2019 bajo los temores a que los síntomas de agotamiento que ya se perciben en muchas economías, propios del momento de madurez de un ciclo que transita hacia el envejecimiento, acaben desembocando en una desaceleración, si no sincronizada al menos asimétrica. Hasta el punto de que son cada vez más los agoreros que se atreven inlcuso a pronunciar la palabra maldita, "recesión" (muchos la esperan para 2020), alentados por los ajustes en los mercados financieros en la recta final del año pasado junto con unos peores datos macroeconómicos a nivel global, lo que muchos han interpretado como el preludio del pinchazo económico.

Afortunadamente estos sobresaltos se han atemperado y a ello ha contribuido una respuesta más tranquilizadora por parte de la Reserva Federal, que ha mostrado su predisposición a ser "paciente" ante las futuras subidas de tipos de interés, también del BCE, determinado a volver a la normalidad monetaria de manera muy pausada, y las mejores expectativas de que las negociaciones comerciales entre Estados Unidos y China puedan llegar a buen puerto.

El escenario de recesión que puede atormentar a los inversores a corto plazo parece, pues, improbable; al menos en 2019, a tenor del todavía notable ritmo de crecimiento mundial. Así que ante esto, de momento, habría que tener presente al economista Paul Samuelson cuando solía ironizar que "los mercados han previsto nueve de las últimas cinco recesiones". Sin embargo, lo que sí parece claro es que ahora la economía tiende a empeorar y sería ingenuo ignorar que las incertidumbres económicas y políticas siguen ahí. Son, como en la película de Bryan Singer, los "sospechosos habituales", esto es, la guerra comercial entre Estados Unidos y China, el miedo al impacto de un Brexit abrupto y las tensiones que emanan del auge de los populismos y de los partidos antisistema. Todo ello lógicamente atiza la inquietud sobre la intensidad y el ritmo de la desaceleración.

¿Qué podemos esperar, pues, de 2019? De momento empecemos por lo que no podemos esperar, es decir, ni Estados Unidos podrá seguir dopando la actividad con sus polémicos estímulos fiscales, ni China podrá seguir alentando su crecimiento con un crédito desorbitado, ni la eurozona podrá fiar su crecimiento a los fuertes estímulos del BCE. Son vientos de cola con los que no se podrá contar so pena de que lo que se pretende arreglar por un lado se estropee con otros desequilibrios. Esto lógicamente abre algunas incógnitas. ¿Será capaz Estados Unidos de sortear una eventual recesión en 2020 ante un mayor ajuste en la política monetaria o se limitará a una asumible desaceleración por intensa que sea? Los más pesimistas tienen presente que la expansión sostenida más prolongada que ha vivido Estados Unidos se produjo entre la primavera de 1991 y la de 2001 y la actual fase de crecimiento superará ese récord este próximo verano. ¿Acabará siendo la ralentización de China más abrupta de lo previsto y con ello castigará aún más a aquellas economías emergentes que le proveen de materias primas? ¿Se puede agudizar el agotamiento de la eurozona, ahora creciendo a un renqueante ritmo del 1,8%, y donde la recesión en la que ha entrado Italia y la sensible desaceleración de Alemania ha hecho saltar las alarmas? Son incógnitas que condicionan otra pregunta que engloba a todas ellas: ¿A qué ritmo se desacelerará la economía global en los próximos dos años?

En síntesis, son muchas las incertidumbres que planean sobre nuestras cabezas y, cómo no, todas susceptibles de empeorar. Además, conviene no olvidar que estamos sentados sobre una bomba de deuda. Como dato, cuando en 2007 estalló la crisis financiera la deuda total equivalía a 2,1 veces el PIB mundial -el nivel más alto de la historia-; ahora, esa deuda total supone ya 2,4 veces el PIB mundial. El FMI no deja de recordar que la acumulación de deuda es la gran amenaza para la economía mundial, sobre todo la acumulación de deuda pública. Así que otra crisis como aquella, de semejante magnitud, nos encontraría ahora sensiblemente más vulnerables y con mucho menos resortes monetarios para combatirla. Pero que no cunda el pánico por ahora. El escenario más previsible es que todas esas incertidumbres con las que llevamos tiempo familiarizados sigan ahí, planeando, pero que como hasta ahora no terminen de materializarse o, mejor aún, que muchas de ellas terminen por disiparse. Me refiero a un escenario en el que las negociaciones comerciales entre Estados Unidos y China transiten por una senda de responsabilidad para evitar daños en el comercio y en la inversión y sean lo suficientemente fructíferas como para relajar la tensión; un escenario en el que se evite un Brexit abrupto el 29 de marzo; un escenario en el que los bancos centrales sean consecuentes con la "paciencia" con la que se ha comprometido la Reserva Federal y modulen la normalización de su política monetaria; un escenario en que las autoridades chinas tienen éxito con sus medidas regulatorias para favorecer un aterrizaje suave de la economía; un escenario en el que en un año de complicadas elecciones al Parlamento Europeo los populismos no tendrán la suficiente fuerza como para erosionar los cimientos de la UE y tensionar la economía... En definitiva, un escenario de cierta calma inestable y un crecimiento razonable, aunque cada vez con mayores diferencias entre países, esto es, una desaceleración asimétrica. Así, las instituciones multilaterales cifran en torno a un 3,5% el crecimiento global, si bien ligeramente por debajo del 3,8% con que se cerró 2018, mientras que para la Unión Europea el consenso del mercado sitúa el crecimiento en torno a un 1,4%.

En síntesis, como los estados de ánimo se contagian y no son inocuos para la economía, si se enquista una suerte de pesimismo económico, como el que el año pasado se apoderó de muchos por el mal comportamiento de las bolsas, podríamos ser víctimas de lo que conoce como una "profecía autocumplida", que el sociólogo Robert Merton explicaba a mediados del siglo pasado como algo que al principio es una definición falsa de la situación que evoca un nuevo comportamiento que termina por hacer realidad esa falsa concepción original. Es decir, que la economía vaya a peor simplemente porque todos interioricen que así va a ser. Pero puestos a ser optimistas, si como debemos esperar las amenazas no se materializan, confiemos en que los "animal spirits" de los que hablaba Keynes para explicar el comportamiento y la confianza de los consumidores en la economía propicien que 2019 sea otro año de crecimiento razonable.

Juan José Garrido,Redactor Jefe de Expansión

Juan José Garrido es periodista especializado en información económica. Licenciado en Ciencias de la Información por la Universidad Complutense, comenzó a trabajar en el Diario de León. Ha desarrollado su carrera profesional en el diario Expansión, donde en la actualidad es Redactor Jefe de Economía/Política y de Opinión. Ha colaborado en tertulias de televisión y medios escritos especializados en economía con artículos de opinión.